En estos días se cumple
el 75 aniversario de unos acontecimientos que cambiaron el curso de la Historia
y condicionaron la política, los movimientos sociales, las relaciones
internacionales, los modelos económicos e incluso el arte y la cultura en todo
el mundo.
El 30 de abril de 1945
Adolf Hitler se suicidó en el búnker de
la Cancillería de Berlín. El 2 de mayo lo que quedaba del ejército nazi
capituló ante el Ejército Rojo. Pero los combates de soldados soviéticos contra
grupos aislados de fanáticos alemanes continuaron en algunos barrios hasta que
el 9 de mayo se firmó la rendición incondicional. Finalizaba así el más
importante conflicto armado del siglo XX, tras el cual el mundo ya no sería
igual.
Casi inmediatamente
después comenzó una operación de reescritura de la Historia, que ha conseguido
mantenerse con éxito en muchos países hasta hace muy poco tiempo. Según esta reescritura
la derrota de la Alemania nazi fue posible gracias a las tropas aliadas de EE.
UU. Gran Bretaña, Australia y la Francia ocupada. Según este falseamiento de
los acontecimientos la derrota del eje Roma-Berlín-Tokio se inició con el
desembarco en Normandía y la expulsión de las tropas japonesas de Filipinas.
En realidad cuando se
produjeron estos acontecimientos el ejército nazi ya estaba muy debilitado y se
batía en retirada por tierras polacas tras abandonar casi por completo el
territorio soviético. La batalla por la conquista de Stalingrado –una ciudad
con escasa importancia estratégica, pero cuyo ocupación respondía a una
obsesión personal de Hitler por el nombre que ostentaba– había acabado con once
divisiones alemanas, víctimas no solo de los combates, sino también del hambre,
el frío y la escasa experiencia en el combate casa por casa. Tras abandonar las
ruinas de Stalingrado las tropas nazis, en lugar de retirarse y reorganizarse,
se enfrentaron al Ejército Rojo en la batalla de Kursk, donde perdieron tres
cuartas partes de los tanques y más de un tercio de los aviones. Tras esta
batalla los alemanes nunca recuperaron la iniciativa en el frente oriental y
emprendieron una lenta pero inexorable retirada que, casi dos años más tarde,
terminaría en la entrega de Berlín a las tropas soviéticas.
La soberbia de los
gobernantes de estados capitalistas no podía soportar que las Fuerzas Armadas
de un estado socialista hubiesen llevado la iniciativa, obligando a retroceder a
un ejército que parecía invencible, que había ocupado en pocos meses más de
media Europa y casi todo el norte de África sin encontrar apenas resistencia.
Así que rápidamente pusieron a trabajar a historiadores, periodistas,
escritores y directores de cine en la fabricación de una gran mentira que
acabarían creyendo durante lustros millones de ciudadanos desinformados.
Afortunadamente desde
hace algunos años la verdad histórica va abriéndose paso.
Pero se preguntará el
lector ¿qué tiene que ver el movimiento feminista con el final de la II Guerra
Mundial? ¿Cuál es el motivo de que se difunda esta conmemoración en un medio
del Partido Feminista?
La relación es evidente
si nos formulamos la siguiente pregunta: ¿Cómo sería la condición de la mujer
en todo el mundo si la guerra hubiese sido ganada por los ejércitos de
Alemania, Italia y Japón? La respuesta causa estremecimiento, un
estremecimiento que se agranda cuanto más se conoce el papel que desempeñaban
las mujeres en la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japón imperial previo
a la contienda. Un papel que no iba más allá de convertirse en criaturas
reproductoras, que debían dar al régimen tanto varones soldados y obreros como
hembras madres y educadoras, que a su vez proporcionarían nuevos soldados y
nuevas madres. En la Alemania nazi y la Italia fascista solo un escaso número
de mujeres de probada fidelidad al partido único podía aspirar a ascender en el
ejército, la administración del Estado o la medicina; y siempre llegarían a un
nivel que no podían superar precisamente por ser mujeres. Una mujer nunca
podría tener mando de tropa, ni hacer operaciones quirúrgicas ni dirigir un
ministerio A las mujeres de países ocupados
les esperaba un destino todavía peor: el de esclavas sexuales del ejército ocupante,
tal y como demuestran numerosos documentos relativos a la ocupación de Noruega
y Dinamarca por las tropas alemanas o de las Islas Filipinas y Manchuria por el
ejército japonés.
Las conquistas sociales
alcanzadas por las sufragistas británicas, las revolucionarias soviéticas o las
republicanas españolas habrían desaparecido en caso de que las tropas del eje
hubiesen ganado la guerra.
Si alguien tiene dudas al
respecto, no tiene más que recordar las limitaciones que sufrían las españolas
hasta hace pocos años, durante el franquismo, que fue un régimen muy cercano al
nazismo y al fascismo. Hasta 1978 el adulterio fue un delito tipificado en el
Código Penal, pero solo para las mujeres; el marido tenía el “derecho” de matar
a la adúltera (afortunadamente no se generalizó el uso de ese derecho), no
existía el divorcio y el único matrimonio legal era el eclesiástico. La mayoría
de edad estaba establecida en los 25 años y antes de esa edad una mujer no
podía abandonar el domicilio paterno más que para casarse o para entrar en un
convento. Iglesia y justicia civil consideraban que la única finalidad de las
relaciones sexuales era la reproducción, y por ello estaba castigado el uso de
cualquier método anticonceptivo, incluido el preservativo. Con especial rigor
se perseguía el aborto, enfrentándose a duras penas de cárcel tanto los médicos
que lo practicasen como las mujeres que se sometiesen a él. La homosexualidad y
el lesbianismo también fueron delitos hasta años después de muerto Franco. Hasta
1961 estuvo cerrado el acceso de las mujeres a muchas profesiones liberales,
entre otras a la abogacía del Estado, al Registro de la Propiedad, al servicio
de Aduanas, a la Inspección Técnica de Trabajo, a la marina mercante, a la
judicatura y a la fiscalía. Tampoco se permitía el uso de armas a las mujeres,
por lo que tenían cerrado el acceso a los cuerpos de Policía, Guardia Civil y
Ejército; solo a principios de los años 70 se permitió la entrada de un
reducido grupo de mujeres a la Policía Municipal de algunas capitales para
regular el tráfico o hacer trabajo de oficina. La única profesión liberal a la
que tenían acceso relativamente fácil las mujeres era la peor pagada: el
magisterio. Y los prejuicios hacia las mujeres casadas que se empeñaban en
continuar trabajando tras la boda eran tan grandes, que muchas optaban por abandonar
el trabajo en cuanto contraían matrimonio.
Por eso la derrota infligida
al nazismo hace setenta y cinco años representó la eliminación de un obstáculo
para el avance de todos los movimientos sociales progresistas y, en especial,
para el movimiento feminista. Durante setenta y cinco años el feminismo y otros
movimientos sociales han ido avanzando con aciertos y con errores, con pasos hacia adelante y hacia atrás, pero al
hacer balance vemos que las mejoras alcanzadas son indiscutibles. Precisamente
ahora, cuando grupos neonazis y neofascistas empiezan a levantar con fuerza la
cabeza tras permanecer años en silencio, es cuando debemos recordar que el
ejército que venció a los intolerantes en 1945 no lo hizo solo con tanques y
aviones, sino también con las ideas de igualdad y justicia que formaban parte
de su armamento.
Jorge Saura
Comisión Política e Ideológica del
Partido Feminista
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